No somos público, somos acompañantes

Sergio Farrè Robador

Llega el fin de semana, y con él la ilusión de un nuevo partido de fútbol para muchos niños, esa oportunidad de comprobar que lo que se ha trabajado durante la semana en los entrenamientos ha merecido la pena, y además, esa oportunidad de que los padres disfruten de los progresos deportivos de sus hijos, de acompañarles en la alegría de la victoria o en la tristeza de la derrota, porqué al final son niños, y si lo son cuándo se critica el modelo competitivo, también lo son para necesitar la presencia de sus padres en las vivencias positivas y negativas que aporta este maravilloso deporte.

Es la segunda jornada de liga y en esta ocasión nos toca desplazarnos a la capital de la provincia, a 60 kilómetros de casa sabiendo que los acompañantes, que no somos público, somos acompañantes necesarios sin los que la mayoría de jugadores no podrían asistir a los partidos, somos tutores legales que deben hacerse cargo de esos niños si se hacen daño en un deporte que no debemos olvidar que es de contacto y que entraña cierto riesgo físico, pero bien, lo aceptamos porque nuestros hijos quieren jugar el partido, y porque de una forma u otra solemos buscarnos la vida para verlo, porque ellos también quieren que los veamos.

Llegamos a la capital, tras casi una hora de viaje, a esa gran ciudad que pretende ser ejemplo, y que cuando la Generalitat permitía entrar en los campos, prohibieron la entrada a los suyos, aunque todavía se podía entrar a las cafeterías de los mismos, y que ahora que la Generalitat ha prohibido la entrada a los campos, han ido un paso más allá y han obligado a cerrar también las cafeterías.

Pues llegamos a la «Ciutat Esportiva Chencho» y acompaño a mi hijo a la puerta, donde esperaba el resto de su equipo con sus entrenadores y dónde había dos señores bien uniformados de una empresa de seguridad privada que tenían muy claro a quien debían dejar entrar y a quién no, y también tenían muy claro que no debían dejar acercarse a ningún acompañante a las vallas del interior del recinto, las de fuera «no son cosa nuestra» decían.

Ahora bien, de protocolos sanitarios no sabían nada, puesto que a nadie, repito, a nadie de los que entraron se les tomó la temperatura, a nadie se le obligó a desinfectarse las manos ni a ninguna otra acción preventiva de contagios.

Y allí nos encontramos, una hora antes de que empiece el partido de nuestros hijos perdidos en un lugar lejos de todas partes, sin poder verlos y sin siquiera poder ir al baño si teníamos necesidad puesto que ni siquiera de eso se han preocupado.

Me gustaría saber porqué puedo ir a Castellón al cine, al centro comercial, a comer a cualquier restaurante (siempre que no esté dentro de un recinto deportivo, claro), o a ver cualquier espectáculo cultural que el ayuntamiento organice sin ningún problema, pero que si hago un trayecto de 60km de ida y otros tantos de vuelta, no solo no puedo ver a mi hijo jugar a fútbol si no que ni siquiera puedo ir al baño si tengo ganas sin tener que coger el coche y meterme dentro de la gran ciudad.

Se me encoge el corazón viendo a ese abuelo que hace el esfuerzo de llevar a su nieto al partido porque sus padres no pueden y tiene que esperarse en la calle de plantón durante más de 2 horas sin ni siquiera poder sentarse, a ese padre que se trae la escalera de casa y se pasa los 35 ó 40 minutos con los pies en un recuadro de 20x20cm y que encima se considera afortunado.

Señores dirigentes del ayuntamiento de Castellón, de la Generalitat o de dónde sea, en el fútbol base no hay público, hay acompañantes que son padres, madres o abuelos, que no solo quieren ver a sus hijos por diversión, quieren ver a sus hijos porque sufren si no los tienen a la vista, que tienen que estar disponibles por si tienen que llevarlos a urgencias si se hacen daño, y que quieren disfrutar de sus logros y sus decepciones, porque los que juegan no son profesionales.

Solo son niños, en muchos casos de 6 ó 7 años, que se nos llena la boca cuando criticamos a los que gritan en el fútbol base porque no son profesionales y ahora los tenemos que dejar solos como si lo fueran.

Que la salud no se reduce única y exclusivamente a no contagiarse de Covid-19, cosa por otra parte muy poco probable en un espacio abierto de gran extensión como un campo de fútbol, que la salud también es poder sentarse cuando se tiene cierta edad, o ponerse bajo una sombra a según qué horas, o poder ir al baño cuándo uno lo necesita, y que quizá se queden muy tranquilos al saber que dentro de sus instalaciones deportivas no va a haber contagios, pero que tengan en cuenta que en las aglomeraciones de las vallas exteriores si puede haberlos, y aunque eso no sea «responsabilidad» suya, si que es una consecuencia directa de una decisión suya.

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